domingo, 28 de diciembre de 2014

Angela Berbegal

Todos los Vientos de Angela


ALFONSO ROMÁN GOTA


Copyright © 2014 Alfonso Román Gota




Para Angela Berbegal, desde siempre Mujer horizonte, para siempre amada.





… “Y que a  mi amor entonces, le conteste
la nueva criatura que tú eras”

Pedro Salinas









Con eterno agradecimiento al camino que nos encontró y a cada una de sus piedras










I

Hechos y no palabras son mis versos,
ya sin siempres, ya sin nuncas, ni títulos, ni firmas,
ni fechas.
Arrojados a los senderos confusos de tu voluntad,
fluyen hacia el delta de tu vientre
y poblarán tu carne,
ungidos con el veneno de mi recuerdo.
Habrán llovido sobre ti, como espasmos,
desde tu adiós
y emponzoñarán las yemas de tus dedos con mi tacto:
Cada vez que te busques, te encontraré yo.















II

He aquí los escombros de mi avalancha,
desperdigados.
Rendido ya incluso el tiempo, lo que de mí resta, yace en tu playa:
Soy ese fulgor de la arena adherida a tus muslos.





















III

La hierba se me enreda en los pies
y el olor a mar y la tierra esmeralda, atlántica,
y el gris tormenta.
Tengo frío y no te veo.
No tengo fuerzas para volver, ya oigo el mar y aún no te tengo.
Ya baten las muelas del acantilado entre espuma furiosa.
Y me esperan, saben que voy y aún no te veo.
¿ Dónde estás?
No me salves, ya no es posible, no puedo dejar de avanzar, de rodar, de caer.
Tan sólo,
bésame antes.














IV

Entre mis ojos y los párpados, arena;
entre mi sed y mi lengua, sal;

por el espacio vacío de mis venas corre el eco de tu ausencia.






















V

Se paseará por tu cara una lágrima,
con la transparencia de un mar repleto de ahogados,
será la lágrima del adiós,
de intolerable negrura en su fondo.

Pero, si es por mí, recuerda que al cerrar los ojos,
detrás del velo oscuro que creerás ceguera,
horizonte desesperado, ausencia, nada fatal, negación sin voz…

detrás, aún estaré yo,
con la cuna en la mirada, donde te podrás mecer,
hasta que decidas
alumbrar de nuevo al sol.













VI

Por debajo de mis párpados caminas,
por el interior de mi frente,
con la inconfundible cadencia de tus pies perfectos,
del eco de tus tacones sobre mis hombros.

Ligera:
bajo mi piel, como un cauce, de puntillas, ninfa desnuda,
dando ritmo al siempre,
luz a mi espera,
albores de sol y mar
a cada grito por tu ausencia.















VII

Una noche me arranqué todas las cuerdas de mi garganta,
sin tocarlas con las manos.
Gritaba tu nombre hasta que estallaban
una, luego otra y otra.

Las fui dejando colgadas de las estrellas.
Después mis oídos se hicieron de cal
y tu voz sonaba entre la carne y el hueso de mampostería, loza y plomo.
Tu casa entera, la que gimió tantas veces el eco apagado de tu mirada y la mía,
de tus espasmos y mi fuerza contra tus caderas,
la misma casa que se nos hizo cuna de sol al raso,
la que cobijó nuestro tacto salado recién nacido,
 se tornaba en resonante certeza de tu soledad, de tu voz sola,
allí: detrás de unos pocos centímetros impenetrables de pared,
no más dura que el secreto de mi cercanía.









VIII

No soy un solitario,
estoy solo y me disfrazo de solitario.
Cuando no estoy junto a ti sigo solo,
desde aquella tarde infantil en la que lo sentí por primera vez.
Supe entonces, que el paseo es la actitud más digna para disfrazar a un solo.
Hoy día pienso, en ocasiones, que se me han acabado los espacios
y cada vez me encuentro más a menudo,
paseándome por el lado hueco de la cara interna de mi piel.
















IX

Me pregunto si tendrá algún significado
que se me hayan hecho viejas las manos antes de tiempo,
o si quizá sea el momento adecuado.
Yo ya sabía que había algunos a los que les pasaba en la mirada
y por eso, con el tiempo, y con el uso, y con el desuso, y con el dolor de la desilusión, los ojos se les hacen conchas secas,
como olvidadas en un cajón desde el último verano.

Quizá a mí me llegue hasta las manos la piel del corazón.

Siempre pensé que era cosa de la edad.
Quizá se deba al sabor amargo de la tinta que gasto.














X

Sigue sorprendiéndome que año tras año
la deforestación de los versos sea cada vez mayor y no hagamos nada.
Al menos, yo no  hago nada más que meter los pies entre sus restos
y caminar dando patadas, para ver cómo saltan,
intentando remontar el vuelo de la voz, de la atención, de la lectura lenta,
de la emoción... Para escuchar su crujido último bajo mis botas,
como si quisieran rimar, ya muertos.

No entiendo el porqué de mi sorpresa, cuando yo ya sabía,
desde hace mucho, que la Belleza es débil,
como la mirada de la niña dama, que deambula por la ciudad, en invierno.

Los que nacimos extenuados de engarzar collares de recuerdos
con el hilo de la nostalgia, deberíamos estar encerrados,
por no servir más que para deleitarnos con el brillo de las farolas en los charcos.






XI

Lugares en la noche, como son las luces que te anuncian,
sólo podría llenarlos, si me faltaran con la ceguera.
Lugares en las manos, que se quedaran huecos si tu me faltaras,
como son los que ahora ocupas con tu pecho,
sólo podría llenarlos con una fragua, en una hoguera,
abrasándome el tacto para siempre con las ascuas.
Lugares en el alma que ahora están vacíos, por tus silencios,
los lleno con mi ansia por ti, con la promesa de tu certeza,
con mi caminar izado y hundido a cada paso, en pos de tu horizonte.

Extraña máquina el enamorado, que se mueve con el combustible que le falta.













XII

No todos los días podré verte, ahora, un momento antes de irme,
es cuando me faltas eternamente.

Pero me tendrás, silencioso, como tú me quieres:
Bajo la tormenta, o bajo la farola, o debajo de tu almohada me tendrás.

Aunque no todos los días pueda verte,
o aunque tarde meses o años,
o aunque ya no me quieras ver más,
me tendrás, como tú quieras,
como tú me quieres, me tienes.














XIII  ( spin ½ )

Vienes y lo atrapas todo.
Vas y todo lo calas, a la vez, en el tiempo que va entre mirarte y estar mirándote.
Te veo, te orbito, giro en torno a ti,
de nuevo tus ojos y una vuelta más, sólo una más,
para que ya no seas tus ojos, ni tu voz,
ya no eres tu ritmo y sin embargo eres la misma,
aún más hermosa por lo que no veo,
aún más hermosa por lo que ignoro.

















XIV

Donde no corre la vida no está en lo alto,
no es un valle entre nubes, mágico, de dulce y pacífica eternidad.
Donde no corre la vida está más allá de la puerta de los aromas:
habita donde te respiro, hecha ya un rincón vivo del universo;
late donde te bebo.

El lugar donde no corre la vida es mi abrigo de arena,
donde nazco, donde renazco, muero y veo la luz,
donde me filtro, donde te doy toda mi sal,
donde te arrullo y te doy forma,
donde estremezco tus caderas, -mi arena, mi playa-.

Donde no corre la vida es entre tu piel y mi pecho.













XV

Donde nacieron los olivos te quiero llevar, mujer,
no importa cuál sea tu nombre, porque siempre he sabido que eras tú,
que serías tú:
La mujer querida de los ojos cambiantes, la anhelada por siempre,
la escabullida entre las almenas,
la que en el pecho le roba el brillo a la luna,
la que le pone voz al deseo, le da un pulso tibio a la lluvia,
le concede la naturaleza del agua al trigo,
la que mana el cauce recóndito donde se enamoran los ángeles.

Te llevaré en el interior de mis manos,
como si fueras la humedad última que exhaló el desierto,
-tan preciada eres, tan preciosa-.
Seguro que cuando lleguemos los olivos tendrán ya mil años, o más,
porque te llevaré con todos los cuidados, caminando muy despacio,
tan sólo de noche para que no te evapores,
tan sólo con luna para que te meza su voz.
Porque el tiempo no camina a nuestro lado,
yace tendido en su cuadrícula de posibilidades.

Mientras, tú y yo nadamos mucho más allá de la velocidad de las estrellas,
camino del lugar donde nacen los olivos.

Sé que olerá a mar, que sabremos reconocerlo al instante,
porque estaremos tú y yo descalzos, mirándonos frente a frente.
Entonces, en tus labios leeré con el tacto de mi sonrisa, al fin,
tu nombre.






















XVI

Mar dorado de paseo enlazado, entre piedras de amor añicos,
anuncio del aire que había de respirar hoy al escribir por ti estos versos lacios, desatados, caídos y despalabrados.

Tú y yo, eternos, ya no contemplamos el atardecer.
mi sintú y tu sinmí siguen el paseo,
con el sol horizonte susurrándole en secreto al tiempo,
que nos volverá a reunir.


















XVII

Te amo de cerca, como abraza la corteza a la médula alba del árbol.
Tú, por dentro, purísima, como siempre, recién nacida,
tan vulnerable…Una brisa bastaría para rasgar tu blancura sin piel.
Por fuera, yo, zarandeado por inviernos, asolado de estíos,
eterno cobertor tuyo, casi con la naturaleza de la roca;
guardián de ti he de ser,
que desde dentro das forma a lo que somos.
Seré el escudo que te guarde.

Por esto me dan miedo los árboles huecos,
porque la corteza aguanta en pié, ido ya el tronco.

Pero, tú y yo seremos primavera.











XVIII

Ya casi te puedo tocar, ahí, a penas a un centímetro,
bajo las sábanas,
a un instante de tu respiración de niña abatida por el sueño en medio de la fiesta.
Casi te puedo tocar, ahí,
a siete despertares como siete segundos,
como  siete generaciones de espera.
Tan sólo unos milímetros ya, unas bocanadas más de noche,
desestrellada y desoceanada,
de vida desamada, de razón perdida, de horizonte cegado,
de motivo...-Olvidé la definición de esa palabra -.

Pero somos primavera y paseo de la mano,
somos carne en nuestra propia carne, la única que significa sabor;
somos ya mi verde en el bosque de tu mirada.
La única versión posible de nuestro universo, dirigido a la singularidad.
Somos ya el contrasentido de la distancia.







XIX

La felicidad de tenerte descansa tendida a la sombra de una escalera blanca
en un pueblo griego.
La felicidad de tenerte conjuga saber y no saber tu nombre, seas quien seas.
La felicidad de tenerte crece con la nostalgia de la foto que nos hizo un extraño
y mi forma de mirarla.
La felicidad de tenerte vive en aquel paisaje, en la añoranza
por haberte amado anoche,
en saber que eras mía hace un instante...
En el ansia de no saber si aún te tengo.














XX

Alquimista de presencias, del tiempo, especialmente de tus ausencias.
Me estoy volviendo alquimista de tus silencios.
Lo tomo todo, lo más innoble, los besos de otros,
esas manos enlazadas que no son nuestras…
Especialmente los recuerdos,
también algunos abrazos que fueron Felicidad, efímera y mayúscula,
- como es su naturaleza - y siempre,
la luz verde de tus ojos que dejó en penumbra lo anterior a que tú vinieras.
Y el ansia, la búsqueda de ti como efímera, bellísima y fresca neblina de amanecer.
Todo lo tomo y lo mezclo, lo combino, lo disuelvo
y lo transformo en el oro de tu compañía.
Por el momento pepitas pequeñas, de infinito valor.
Yo soy el alquimista de tu mirada
que la tornará en plenitud compartida,
tan sencilla como nuestra piel cuando es continua.







XXI

Tu sonrisa es la carne de las nubes,
esas nubes que son mi suelo, aquel que piso con firmeza,
tensando todos los músculos de mis piernas,
que me han de izar sobre sus blancas, nacaradas cimas cambiantes.
Sobre ellas venceré para ti, tomaré hasta la más etérea,
la que vuele más lejos de lo terreno.
Es así como huyo del abismo profundo:
Caballero sobre el perfil de tus labios.

















XXII

Cuenta siete olas.
Cuando te despiertes habré terminado de aprenderme esta playa,
cada grano de arena, cada sinfonía para tormenta, cada silbido de marea.
Estaré acariciándote cuando despiertes.
Intentaré contarte todas las cosas del mar, pero tocarás mis labios.
Sí, mejor en silencio,
los dos sabemos que jamás te solté la mano
mientras dormías.
















XXIII (Gravitones)

Es sencillo renunciar a las palabras, otros ya lo hicieron,
y a la memoria, aunque eso es un tópico en los amantes:
Siempre lanzados hacia el azul, como ansiosas dentelladas
que arrancaran al “no” primero nuevo espacio,
presentes aun sin nombre.
No será complicado despojarme de la piedra, del bronce, del hierro
con qué me hicieron, tan insignificantes,
perdurables como la carne de la que nací.
Incluso de la luz caprichosa, igual que la serpiente, ondulante
hasta en el camino más recto; también puedo prescindir de la luz
que me trae de vuelta el eco de tu piel;
también ella tiene un pozo de oscuridad y olvido del que ya jamás podrá escapar.
Sin embargo, mucho después de que la vida se haya agotado de correr,
cuando hayan muerto un par de generaciones de estrellas,
quedará aún de ti y de mí, lo que siempre fuimos.
El tiempo, extenuado por tanta oscuridad eterna ante sí,
se girará hacia el universo se preguntará cómo volver,
cómo encontrar un descanso, un reposo, después de tanto crear pasado.
Como dos manos ajenas, extendidas hasta el límite por el ansia,
la fuerza que nos mueve, la más débil,
la que más lejos llega,
actuará de nuevo para unirnos y el azul se volverá de un tibio carmesí,
igual que el de nuestro cuerpo, cuando lo hacíamos uno,
millones de años atrás.

























XXIV

Porque puedo amarte lo hago y te amo en silencio,
sereno por fin, al cobijo de la tierra.
Donde te hallé tomé de ti la paz y me hice suelo
junto a ti sin que tu lo vieras, para velar tus pasos
siempre, para esperar, hecho roca, tu sol:
tu sol de nuevo y al día siguiente el sol de tu presencia,
que caldee la esperanza de sentirte un día más andando sobre mí
y ser yo tu suelo blando.

Te amo porque puedo y porque puedo, no puedo dejar de amarte.
Ahora, suspiro desde tus pies, para que un día
me permitas peinarte, envolverte, nutrir tu aliento…
Ser tu aire.













XXV

Entre las corrientes de tu piel, de tu mirada, de tu hoy, de mi mañana,
navegaré como el pájaro que se hace trigal,
confundidas las plumas con mies, de tanta caricia sin tacto,
de tanto sobrevuelo al ocaso.
Hechos ya el campo ala y el ave onda y siseo de espiga,
tus piernas se volverán las mías y las sábanas escalofrío.

No... Quise decir: Mis dedos, o quizá, tu voz sin articular,
o más bien, nuestro yo de sombras,
ese donde no se nos distingue y fluye
ese único ser que nos brota detrás de las cortinas.














XXVI

Un paso más arriba tú, calzada deseando hacerte arena.
Por abajo yo, los pies en el agua, los zapatos en la mano, la camisa quitada.
Metáfora perfecta de la forma que tenemos de pasearnos por las lindes de un sueño: aquel paseo por la playa.
Las manos juntas, de pronto más de tu piel al aire…
Y bastó una mirada.



















XXVII

Te amaré en la sombra, en silencio, como si fuera yo
una lluvia que a  nadie moja, en medio del océano.
Te cubriré, amada, con el dosel de mi carne,
como ensombrece la tierra al cauce ciego que corre bajo los pinos.
Te cubriré, porque fluyes por detrás de la mirada de amor sin tiempo.
Creeré que te tomo y será que tú me llenas,
correrás como el manantial por mí hasta que manes de mí,
bajo la sombra, en silencio,
en el silencio, de nuestras manos crispadas, juntas.
Manarás de mí y de nuevo sentiré, que en realidad,
lo que sucede es que tú me llenas.













XXVIII

Quizá te haya pensado yo, desde esta celda, caja, camarote,
o útero sin puertas,
gestante pertinaz, sin contracciones libertarias,
ni espasmos nuevemesinos que clamen luz para un feto casi cuarentón.
Quizá siga yo en ese faro, digno, altivo y tan distante como visible,
tan hermoso como solitario.
Bellísima luz horizontal en la noche, que a todos advierte del peligro
que su compañía implica.
Sí: farero, medidor de olas, contador de gaviotas,
nombrador de vientos, zoólogo de las nubes y meteorólogo
sin instrumentos de tu voluntad,
esas son mis vocaciones.
Pero, sobre todo, creo que debo ser tu dios, magnífico y poderoso,
tu creador indiscutible, señor de su única obra,
sublime y perfecta.
Eres la criatura indispensable, como le pasa a todos los dioses,
para mi existencia.





XXIX

Amo tus silencios porque me mueven hacia adentro,
pues sin tu voz no te veo. Te busco entonces
y al buscarte vivo en tu senda, en tus huellas,
en tu rastro; en mi memoria de ti, en el horizonte
que he pintado en el lado oscuro de tus párpados.
Te persigo en mí, como ves,
será porque aun cuanto no te siento,
sé que ya te tengo.


















XXX

Sobrevivir al amor, estando enamorado, es más difícil que perderte y no perderme.
Tu mirada es más firme,
más estable que las palabras, está hecha de la misma voz del universo,
aquella que nada la desvía.
Tu mirada avanza más allá de las galaxias.
Todas las preguntas, los animales que jamás tuvieron nombre,
la arena de las profundidades, la rectitud,
los recuerdos que no son nuestros, todo,
ha sido tocado por ti por la espalda.
Todo tiene el timbre de tu mirada.
Cómo sobrevivir, me pregunto, si con tu mano tierna,
con tus labios tiernos, con tu tierno calor
me tocaste el hombro y me hallo ante tu mirada
y te abrazo
y eres tú,
por fin tú.








XXXI

Todos los vientos residían en ti, tras el secreto nombre del color de tus ojos.
Allí giraban y giraban entre bosques y cumbres, volando sobre valles ignotos, donde la vida es eterna.
Sólo había que pronunciar con la mirada el impronunciable nombre del Amor, que nos acechaba agazapado.
Lo hicimos, lo hago, lo pronuncio a cada instante y todos los vientos, desatados ya, me envuelven por detrás de las pantorrillas, subiendo por los muslos, atravesando mi vientre, otorgándole el sabor de tu compañía a mi lengua.
Todos los vientos residían en ti, ahora me visto con ellos.















EPÍLOGO FALSO

No eres un ángel. Ya no eres un ángel, desde que estallaron mis entrañas en mil fragmentos de lágrimas desgarradas, astillas de hierro, como explotan el drama o la tormenta, igual que revientan las vidas, que no estaban en la lista, igual que fulmina la bomba, desde que arrasaste conmigo, con mi sombra, con los recuerdos que otros tenían de mí, con los que yo tenía de nosotros.
Desde que le perdí el rastro a la belleza fulminada bajo tus fauces, desde que las moscas dejaron de tener interés en el cadáver que de mi quedó, con toda la incomprensión de un niño de ojos arañados a tu partida, desde entonces, ya no volarás más por mi alcoba como un hada, ya no eres una ángel. Gracias a tu crueldad logré amarte como a una mujer.
Pero no tenías otras armas que tu carne, privada ya de tu condición divina, sólo carne para hablar, para decidir, para caminar con todo tu peso, sin alas, sólo te quedaba la carne, expuesta impúdica y promiscua al paladar de otros, que no podrían degustar jamás el aliento de las estrellas que manaba tu sexo angélico antes, aquel sabor que florecía para mí cada vez que lograba ascender sobre la luz, como ningún humano jamás hiciera: Así es como conocí aquel ángel de vuelo bajo.
Hoy ya no eres un ángel, te he puesto carne de mujer, de hembra, impredecible como los vientos, sustancia de mujer amada por mí en todos sus litorales:

Mujer horizonte de mi mano.

VELANDO EL SUEÑO DE ANGELA

He visitado muchos planetas en este tiempo, vida mía, en lo que podríamos llamar otros tiempos. Porque… ¿Sabes? Ahí fuera eso del tiempo no lo entienden como nosotros, bueno… como aquí, yo ya tampoco lo veo como antes. Y creo que todos esos viajes fueron por ti, buscándote, aun antes, mucho antes de saber de tu existencia, de conocer conscientemente que ya estabas siendo, bajo el cartel amarillo, tras tus ojos grandes, bajo las nubes y sus reactores, existías cinco metros más allá de donde había aparcado mi coche, desde mucho antes de yo tener conciencia.
Hoy, te veo desnuda y tus pechos se balancean sobre mí, penduleando con su volumen caricias en sombra sobre mi vientre, hablándole a mi piel entera del sabor de tu saliva, susurrándome en cada grieta los aromas de tus manantiales, la temperatura de tu sexo proyectada como un foco, que insulta a la no-vida y que caldea las islas que no conozco en mi.
Solamente el bosque sabe. Tus ojos pudieron ser otros bosques, con sangre de luna en las raíces, sangre que arrastra el torrente gélido, como las lágrimas de la mujer disuelta en suelo, en posibilidad de ave, de madre, de locura amenazante. Solamente el bosque conoce los secretos. Pero yo lo he visto desde más arriba, sé que ya eras viento entre la fronda, con vocación de mar, que silbabas buscando la sal, entre las rocas, entre las manos, entre el tacto de otras manos, entre las miradas entretejidas en torno a ti.
Hoy te veo desnuda, dormida, noche de la noche, pacífica sobre las sábanas, viajera del espacio posible y soñado, sin tú saberlo, y te imagino dejando brotar el agua nuestra, oasis sobre tus muslos.





















CARRETERA CIRCULAR DE VERSOS

Aire y fuiste tú.
Agua entre las piedras que el tiempo lamió
de olas y aplausos a cada respiración de mar.
Mar y fuiste tú.
Mar en el faro; el sol se sienta para esperar
la tarde y me pregunta.
Me pregunta por ti, por qué no te ve si estás
a mi lado.
Palabras y son tú.
Preguntas que son aire que no está.
Miradas mías solitarias, sin más, sin agua, sin
vida en la luz,
sin ti, sin ti, sin tu nombre
de hoja, de ala, de viento también de 
curva esquiva.

¿Cómo será la despedida? Dime si habrá
día, dime cómo se llama mi piel,
el reflejo que me devuelven los cristales
y pocos ojos, si no lo has mordido tú.
Dime qué será de la música si no la
derramo líquida sobre tu pecho.
Dime cómo se dice Adiós a un sueño.

El espacio entre mis brazos eres Tú.


CON EL AIRE DE TUS ALAS

Si al menos pudieras abrir para mi la ventana,
si tan sólo abrieses esa ventana, saldrían bocanadas de estruendo,
como jaurías sin misericordia en busca de espacio para mejor aullar,
reventarían a oleadas el exterior,
los paisajes de horizontes infinitos, que sirvieran a los amantes para soñar con un gran mundo,
se acobardarían y se volverían oquedades oscuras entre la corteza de un árbol desconocido.
El planeta entero, con todos los suspiros que lo vieron enorme un día,
con todas las miradas ahítas de inmensidad
descubrirían en un sólo momento,
en un Ya,
que liberado mi estrépito a lo de fuera,
lo externo sería anegado por el contenido 
de mi interior,
convertido ahora en universo de paredes verdes.
por que tú lo habrías permitido, sólo con un gesto de tus ojos,
los que bastan para abrir esa ventana,
para que yo pueda respirarte 
y que tú, brisa, mujer de aire, 
me habites.

DÓNDE TÚ ME LLEVAS

Descubrir lo incierto de mi posición no ha sido fácil:
Cuando en ocasiones he rodado sobre tu pecho,
desde su vértice hasta su misterio, desde
su onda hasta su curva,
me he creído cerca de tu corazón;
cuando he manado mi búsqueda líquida
desde tu cuello hasta tu ombligo,
he sentido el feliz abandono de mi nombre
a los pies de tu figura.

Pero no soy yo quién te llena
¿Cómo llenar a la marea?
No soy yo el que se enreda en tus aromas
¿Cómo fijarse al viento?

Mi cercanía a ti son deseos, son
las miradas de un sediento,
una entelequia, una fábula
para poder vivir la certeza de tu furtivo dulzor,
para poder flotar unos segundos más
sobre tu espuma, aun cuando de nuevo 
te has ido.

Leí que la naturaleza se adapta
para sobrevivir, es cierto: Yo
he adoptado la virtud de los seres
prácticamente etéreos. Antes
era sólido, pesado, indestructible
hasta que llegó el vaivén de tus olas.
Ahora, convertido ya, por tu gracia, en arena, en
partícula, disfruto la condición de éstas,
sin anhelos.
Por fin, la cercanía, la distancia y el momento se van.
Por fin estoy donde deseas:
Mujer de viento, Hembra.  
ISLAS

Algunas islas, retirado ya el mar,
se convierten en montes discretos sobre la llanura,
hasta que un buen día la lluvia,
modestamente,
les recuerda otras caricias:
Las de las olas,
entonces son conscientes de su distancia al agua.









DE PRONTO EL SILENCIO

De pronto el silencio,
tan cargado de sutiles voces,
quizá un motor lejano, trinos...
son vencejos,
ha de sonar también entonces
la tibieza nueva del viento africano
que viene enredado en sus rayos negros.
No se escuchan niños, ni ventanas, ni pasos;
sí el crujido leve de mi silla,
que me delata en movimiento -y me creía quietísimo-
inconsciente del silencio
tan repleto de relojes.

Inconsciente también de tu distancia,
a esta la mantengo escondida de mi atención,
aunque tu distancia es imposible,
como el silencio,
pues siempre está llena de caminos inundados 
de tu sal y mi delirio.







DE PRONTO LA DISTANCIA

De pronto la distancia
y de nuevo oscuridad y escaleras a ninguna parte,
torres huecas que no saben silbar
y el vino como único consuelo.
Dices que el mar te aconseja y no te creo,
el mar siempre avanza,
siempre se acerca,
el mar ama la proximidad,
siempre envuelve y lame los cuerpos,
los perfiles más abruptos se vuelven arena ante su abrazo continuo.
No me digas que el mar te aconseja distancia,
Eso no.
Dime si quieres que te has asomado a la orilla,
esa que te pasea los pies cuando necesita que le hables en silencio,
dime que te has acercado a la rompiente
y has creído cambiar el curso de las olas
con tus manos, que las has empujado
y han abandonado su rítmico vaivén,
dime eso y te creeré antes que si me dices que
has logrado darle la vuelta al amor.




LA VOZ DE LAS ALAS

Esta tarde llueve lento y añoro pequeños puertos cantábricos
en los que nadie nos ve ni nos piensa,
con gaviotas pétreas y pescadores dormidos,
leves campaneos de aparejos amortiguados
por el aguacero manso
y la respiración abatida de un mar cansado.
Llueve lento y sin frío en mí
y en mi añoranza de ti,
del recuerdo de un paseo no vivido,
con mi mano escrita en tu cadera,
y los pasos acompasados: Tus tacones
y mi aliento.














AGUA EN LOS PULMONES

He aprendido a respirar agua,
porque el aire es ligero y mi gravedad pesada,
como alas inútiles.
El aire... el aire te lo has llevado tú,
sólo con un gesto, a penas una mueca
y mis pulmones sucumbieron al ahogo de la incertidumbre
de tu  nombre, de tu presencia,
pero no de tu realidad, hace mucho que migró,
por eso respiraba yo últimamente el oxigeno generado por
mi fantasía de ti:
mis ilusiones embriagadas, 
mis delirios heroicos...

Culpa mía, sí, culpa mía,
que me dieron a escoger siglo para nacer y lo dejé al azar, 
tú estabas en todos.

He aprendido a respirar agua,
para que, en esas ocasiones en las que te llevas el aire,
sólo yo pueda seguirte en tu vuelo, aunque sea por el fondo
y mirando desde abajo a la superficie, 
más allá,
mirando desde el fondo tu vuelo,
porque, antes o después volverás a atender 
la sutileza cristalina, -infantil incluso ante ti-
de mi entrega.
AMANECER

Las horas batían sobre la orilla
de nuestro cuerpo.
La playa del deseo yacía acechante
bajo las nubes,
con la voz de un aliento de dos gargantas;
memoria de aullidos ahogados
poco antes bajo la almohada.

Quisiera fijar la luz de la mujer singular,
de aquella mañana,
de esta mañana,

ofrecerte el flujo tibio
de mis mareas
sobre tus alas.











EL VIENTO ENTRE EL BOSQUE

Hay ocasiones en las que la vida
se esconde acurrucada
en las conversaciones que no tenemos, 
en la pasión inconsistente
que nos provocan los versos que 
no nos leemos, el uno frente al otro,
entonces pasa y pasa,

porque la vida no conoce la espera.

















SIEMPRE ANGELA

Los que amamos al resguardo de las persianas
para que no se nos note, pera que nadie nos
rompa la vida,
tenemos el mal hábito de
quedarnos a dormir en el quicio
de la puerta de nuestra celda,
una vez nos han expulsado al exterior,
desamados.
Una vez liberados del amor
habitamos para siempre su intemperie.

Una vez exiliado
de tu amor,
habito para siempre tu intemperie.










NOCTURNO

Con la luna, el perfil de tu horizonte  y mis ojos,
esta noche me hago un puente,
un triangulo diminuto e infinito,
que me salva de los kilómetros y la nostalgia,
de las partículas y la tristeza;
me fabrico un puente hasta el mar y su orilla,
para en su arena esconder un beso, que brote mañana
con el primer sol y mi regreso, antes de que me veas,
antes de que me intuyas.

Camino hacia el sueño,
el sueño en que te veo recogerlo.














TARDE DE MAYO Y SONRISA DE ANGELA

La tarde se ha tumbado sobre el césped
y la sombra sólo anuncia el alivio de un aire más fresco
que respirar.
Las sillas chinas, madera oscura,
nos esperan
y disculpan que aun no las hayamos restaurado como dijimos,
pero es su oficio y lo ejercen con celo,

Hay objetos cuyo sino es representar metáforas
de nosotros mismos.
Le pasa también a la brisa de esta tarde,
que si te ve tristeza en el gesto,
se disfraza de mí,
o quizá sea al revés…
De lo que sí estoy seguro es que buscaré tu sonrisa
desde tus tobillos,
vuelto ya soplo de verde atardecido
con olor a flores y sal de ola,
te haré cosquillas con el guiño de los jazmines.







REDENCIÓN POR TU VOZ

Mi silencio tiene la voz de tu respiración,
de mis dedos en torno a tu pecho,
de tu cara entre mis manos,
de tu espalda contra mi vientre
de tu cauce brotando para dar
origen a todos los ríos,
de tus caderas ceñidas por mi deseo,
del tuyo viajando entre murmullos.
El silencio que busco habita en nuestra luz.

















REDENCIÓN 2

Son duros mis zapatos,
como el eco que pronuncian 
sobre los vacíos que los normales
dejan cuando les llega la hora 
de apacentar a sus familias. 

Son duros mis pasos,
como un diapasón severo.

Duro es mi gesto,
mi rictus, mi perfil,

y más aun mi mirada
de lo que quisiera, lo sé
porque la esquivan.

Toda esta sinfonía de piedra
es hija de tu ausencia,
que explica cómo un hueco,
la nada, el "sinti",
pueden traspasarlo todo,
porque toda dureza es más blanda
que tu falta.

Es tiempo de valientes,
ocasión para los caballeros
más borrachos de épica.

Es mi momento:
Ahora sé que esta oscuridad es la sombra
que proyectas, que cuando la venza
estarás con tus alas nuevas
izadas ante todos los vientos.





















HOGAR AMOR

Cualquier celda, o cueva, o dormitorio,
pasado el debido tiempo,
ligados ya sus olores en uno solo,
se pueden convertir en el hogar.
Lo mismo pasa con algunos amores.





















ANGELA Y SUS ALAS NUEVAS

Sobre las ruinas de la mujer
creces nueva y eres
anterior a ti misma.
Te reconstruyes, te sobreedificas,
guardando en el pretérito
la debilidad de tus huesos,
tu hermosura antigua,
los duelos, las esperas…
Y desde ti misma brotas
y te naces:
Primeriza de ti.















LES ROTES

Angela  pesa como la arena de playa,
sutil, se perfila con sombras de duna al caminar;
invocación marina.
La mujer que amo se mueve
como el viento en las inmediaciones de la orilla,
tan impredecible es.

Seguramente un huracán la posó aquí,
puede que naciera de él
y él, se enredara entre las espigas,
amansado ya,
para susurrarles la historia de
Todos los Vientos de Angela



















ALFONSO ROMÁN GOTA