jueves, 6 de octubre de 2011

No, el tiempo no camina a nuestro lado...

La eternidad se distrae buscando por dónde salir del cronómetro que a los demás dicta el ritmo de sus pasos, mientras tú y yo, escabullidos ya de todos, licuamos la carne, la roca y la memoria: somos entonces, un sólo cauce de dos aguas tibias trenzadas.


XV




Donde nacieron los olivos
te quiero llevar, mujer,
no importa cuál sea tu nombre,
porque siempre he sabido que eras tú,
que serías tú:
La mujer querida
de los ojos cambiantes,
la anhelada por siempre,escabullida entre almenas,
la que en el pecho le roba el brillo a la luna,
la que le pone voz al deseo,
le da un pulso tibio a la lluvia,
le concede la naturaleza del agua al trigo,
la que mana el cauce recóndito
donde se enamoran los ángeles.

Te llevaré en el interior de mis manos,
como si fueras la humedad última
que exhaló el desierto,
-tan preciada eres, tan preciosa-.

Seguro que cuando lleguemos
los olivos tendrán ya mil años, o más,
porque te llevaré con todos los cuidados,
caminando muy despacio,
tan sólo de noche
para que no te evapores,
tan sólo con luna
para que te meza su voz.
Porque el tiempo no camina
a nuestro lado,
yace tendido en su cuadrícula de posibilidades.
Mientras, tú y yo nadamos
mucho más allá de la velocidad de las estrellas,
camino del lugar donde nacen los olivos.


 
Sé que olerá a mar,
que sabremos reconocerlo al instante,
porque estaremos tú y yo descalzos,
mirándonos frente a frente.


Entonces,
en tus labios leeré
con el tacto de mi sonrisa, al fin,
tu nombre.


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