viernes, 7 de octubre de 2011

Carl Sagan, que explicas los cielos.

Dentro de pocos días, el 11 de noviembre, deberíamos haber celebrado el 77 cunpleaños de Carl Sagan, que falleció el 20 de diciembre de 1995.

No es atrevido afirmar que señaló a millones de personas  el camino a través del cuál el conocimiento nos haría más libres como individuos, más humildes como especie, más solidarios como habitantes de un planeta excepcional florecido de vida y más responsables con el sutil equilibrio que mantiene ese don.

También nos libró Carl Sagan del egocentrismo supersticioso que nos condena a la soledad en el universo, explicando como nadie las enormes posibilidades que encuentra la vida en la inabarcable variedad de astros que nos rodean. Pero sobre todo nos invitó a encontrar la belleza en lo infinitamente grande y en lo incomprensiblemente pequeño.

Decía Carl Sagan que estamos en una sociedad que acepta los avances de la tecnología, pero no su método. Aquel aviso está cada vez más vivo.

En su honor este poema:




XXIII ( Gravitones )




Es sencillo renunciar a las palabras,
otros ya lo hicieron,
y a la memoria, aunque
eso es un tópico en los amantes:
Siempre lanzados hacia el azul,
como ansiosas dentelladas que arrancaran al “no” primero
nuevo espacio,
presentes aun sin nombre.

No será complicado despojarme de la piedra, del bronce,
del hierro con qué me hicieron,
tan insignificantes, perdurables
como la carne de la que nací.

Incluso de la luz caprichosa,
igual que la serpiente,
ondulante hasta en el camino más recto;
también puedo prescindir de la luz que me trae
de vuelta el eco de tu piel;
también ella tiene un pozo de oscuridad y olvido
del que ya jamás podrá escapar.

Sin embargo, mucho después
de que la vida se haya agotado de correr,
cuando hayan muerto un par de generaciones
de estrellas, quedará aún de ti
y de mí, lo que siempre fuimos.

El tiempo, extenuado por tanta oscuridad
eterna ante sí, se girará hacia el universo
se preguntará cómo volver, cómo
encontrar un descanso, un reposo,
después de tanto crear pasado.

Como dos manos ajenas, extendidas
hasta el límite por el ansia,
la fuerza que nos mueve, la más débil,

la que más lejos llega, actuará
de nuevo para unirnos
y el azul se volverá de un tibio carmesí,

igual que el de nuestro cuerpo,
cuando lo hacíamos uno,
millones de años atrás.

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