domingo, 16 de octubre de 2011

San Borondón y el mito del amor

Nacerá por fin tierra nueva en esta tierra que se fecunda a si misma, y esta vez la veremos pariendo, pariéndose entre sangre de magma y rugidos, porque ella sí que ha roto aguas. Está partiendo al mar en mil pedazos, reventando su vulva desde el fondo mismo, para dar a luz, para darle al aire, a nuestros ojos de mirada tan exigua, una isla nueva.

"Tan fácil como creo destruyo", parece bramar el planeta con su lengua ardiente, y con las mismas armas que barrió civilizaciones antes, hoy que precisamente no necesitamos ayuda para devorar hermanos, nos regala nuevo suelo que pisar, un nuevo lecho en el que yacer amados.

La octava isla canaria, San Borondón, fué siempre un mito, una isla invisible, que sólo en ocasiones se dejaba ver, una isla en la que, por su naturaleza de leyenda, siempre pudieron vivir los sueños, las fantasías, los delirios, las criaturas deseadas...

La isla de San Borondón ha sido una tierra intuida durante generaciones, como le pasa a las pocas verdades absolutas, que habitan el interior de todos, jamás nos las explicó nadie. La octava isla Canaria está naciendo estos días ante nosotros, junto a la isla del Hierro.

Un fenómeno geológico excepcinal escoge florecer donde siempre se le intuyó. Quizá ya supiéramos todos que estaba allí, o hacía falta desearla un gramo más en la balanza de los deseos, quizá sea la respuesta del planeta a tanta mirada perdida, un perfil nuevo en el horizonte.

Que nazca una isla en medio del mar puede ser un acontecimiento más en la física de las estrellas, tan insignificante como el día que este planeta deje de ser tal, sin embargo, a mi me gusta creer en la existencia pura del Amor y otros valores, como me pasa cuando observo una luna llena bellísima que dura cuatro o cinco noches seguidas y obvio su cara oculta.


XVIII




Ya casi te puedo tocar,
ahí, a penas a un centímetro,
bajo las sábanas,
a un instante de tu respiración de niña,
abatida por el sueño
en medio de la fiesta.

Casi te puedo tocar,
ahí, a siete despertares
como siete segundos,
como siete generaciones de espera.

Tan sólo unos milímetros ya,
unas bocanadas más de noche,
desestrellada y desoceanada, de
vida desamada,
de razón perdida,
de horizonte cegado,
de motivo...

-Olvidé la definición de esa palabra -.

Pero somos primavera y paseo de la mano,
somos carne en nuestra propia carne,
la única que significa sabor;
somos ya mi verde en el bosque
de tu mirada.

La única versión posible
de nuestro universo,
dirigido a la singularidad.

Somos ya el contrasentido
de la distancia.

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