A través de mi poesía he intentado expresar el mayor, el más intenso de los sentimientos que en mi vida he conocido, que es el Amor, tan subjetivo, tan descarnado, tan al margen de la razón como lo he sentido, como aun lo siento. Se me ha reprochado que ultimamente mi poesía tiene un sólo rostro, lo se, es cierto, es el mejor retrato de mi espíritu: La amo.
Adoro a esa criatura a la que yo conferí atributos divinos, aquella en la que descubrí la humanidad tan débil y fútil como la mía misma.
Escribo por una mujer gracias a la cuál he conocido sentimientos de una intensidad que jamás había podido imaginar.
He descubierto que los sentimientos son carnales también, nacen allí donde el deseo y los placeres que nos llegan por los sentidos nos arrebatan de nosotros mismos y nos elevan para sobrevolar los escalofríos y los espasmos del orgasmo. Ese es el sabor del amor, el que somos capaces degustar con nuestro cuerpo que tocamos y puedo asegurar que está mucho más allá del mejor sexo.
Ese conocimiento, como otros, también se lo debo a ella y a sus marejadas imprevisibles, a su capacidad única para hacer que la veleta gire en dos sentidos a la vez.
Quiero poner fin aquí a la edición on line de Todos los Vientos de Angela, posiblemente afronte su publicación en papel, porque estoy decepcionado con el mundo virtual. Por eso voy a poner a disposición de este extraño universo, la red, el conjunto completo de los poemas que forman el libro. En adelante, es posible que use este Blog para cantarle al vacío a cerca de todo esto que aprendí andándome este 2011, que necesito terminar y dar por terminado.
2012, como metáfora de la vida que por delante se extiende ante mí y ante todos los que tengamos la fortuna de sentirla, será vivido por mí por tres principales motivos: Por Amor, porque Yo lo merezco y por pura Curiosidad.
Va por ti Angela, navegaré tus vientos con mis tres motivos mientras mi tiempo valga menos que el placer de tu compañía.
I
Hechos y no palabras son mis versos,
ya sin siempres, ya sin nuncas,
ni títulos, ni firmas, ni fechas.
Arrojados a los senderos confusos de tu voluntad,
fluyen hacia el delta de tu vientre.
Poblarán tu carne, ungidos con el veneno
de mi recuerdo.
Habrán llovido sobre ti, como espasmos,
desde tu adiós
y emponzoñarán las yemas de tus dedos
con mi tacto.
Cada vez que te busques,
te encontraré yo.
II
He aquí los escombros de mi avalancha,
desperdigados.
Rendido ya incluso el tiempo,
lo que de mí resta, yace en tu playa:
Soy ese fulgor de la arena adherida a tus muslos.
III
La hierba se me enreda en los pies
y el olor a mar
y la tierra esmeralda, atlántica,
y el gris tormenta.
Tengo frío
y no te veo.
No tengo fuerzas para volver,
ya oigo el mar
y aún no te tengo.
Ya baten las muelas del acantilado
entre espuma furiosa.
Y me esperan, saben que voy
y aún no te veo.
¿ Dónde estás?
No me salves,
ya no es posible,
no puedo dejar de avanzar, de rodar,
de caer.
Tan sólo, bésame antes.
IV
Entre mis ojos y los párpados,
arena;
entre mi sed y mi lengua,
sal;
por el espacio vacío de mis venas
corre el eco de tu ausencia.
V
Se paseará por tu cara
una lágrima, con la transparencia
de un mar repleto de ahogados,
será la lágrima del adiós,
de intolerable negrura en su fondo.
Pero si es por mí, recuerda
que al cerrar los ojos,
detrás del velo oscuro que
creerás ceguera, horizonte desesperado,
ausencia, nada fatal,
negación sin voz;
detrás, aún
estaré yo, con la cuna en la mirada,
donde te podrás mecer,
hasta que decidas
alumbrar de nuevo al sol.
VI
Sobre mis párpados caminas,
bajo ellos, por el interior de mi frente,
con la inconfundible cadencia
de tus pies perfectos,
del eco de tus tacones
sobre mis hombros.
Ligera:
bajo mi piel, como un cauce,
de puntillas,
ninfa desnuda,
dando ritmo al siempre,
luz a mi espera,
albores de sol y mar
a cada grito por tu ausencia.
VII
Una noche me arranqué todas las cuerdas
de mi garganta,
sin tocarlas con las manos.
Gritaba tu nombre
hasta que estallaba una y luego
otra y otra.
Las fui dejando colgadas de las estrellas.
Luego mis oídos se hicieron de cal
y tu voz sonaba entre la carne y el hueso
de mampostería loza y plomo.
Tu casa entera, la que gimió tantas veces
el eco apagado de tu mirada y la mía,
de tus espasmos y mi fuerza contra tus caderas,
la misma casa que se nos hizo cuna de sol al raso,
la que cobijó nuestro tacto salado recién nacido,
se tornaba en resonante certeza de tu soledad,
de tu voz sola,
allí, detrás de unos pocos
centímetros impenetrables de pared,
no más dura que el secreto de mi cercanía.
VIII
No soy un solitario,
estoy solo
y me disfrazo de solitario.
Cuando no estoy junto a ti
sigo solo,
desde aquella tarde infantil
en la que lo sentí por primera vez.
Supe entonces, que el paseo
es la actitud más digna
para disfrazar a un solo.
Hoy día pienso,
en ocasiones,
que se me han acabado los espacios
y cada vez me encuentro
más a menudo,
paseándome por el lado hueco
de la cara interna de mi piel.
IX
Me pregunto si tendrá algún significado
que se me hayan hecho viejas las manos
antes de tiempo,
o quizá sea el momento adecuado.
Yo ya sabía que había algunos
a los que les pasaba en la mirada
y por eso, con el tiempo, y con el uso,
y con el desuso, y con el dolor
de la desilusión, los ojos se les hacen
conchas secas, como olvidadas en en un cajón
desde el último verano.
Quizá a mí me llegue hasta las manos la piel del corazón.
Siempre pensé que era cosa de la edad.
Quizá se deba al sabor amargo
de la tinta que gasto.
X
Sigue sorprendiéndome que año tras año
la deforestación de los versos
sea cada vez mayor
y no hagamos nada.
Al menos, yo no hago nada más
que meter los pies entre sus restos
y caminar dando patadas,
para ver cómo saltan,
intentando remontar el vuelo
de la voz, de la atención,
de la lectura lenta, de la emoción...
Para escuchar su crujido último
bajo mis botas, como si quisieran rimar,
ya muertos.
No entiendo el porqué de mi sorpresa,
cuando yo ya sabía, desde hace mucho,
que la Belleza es débil,
como la mirada de la niña dama,
que deambula por la ciudad,
en invierno.
Los que nacimos extenuados de engarzar
collares de recuerdos
con el hilo de la nostalgia,
deberíamos estar encerrados,
por no servir más
que para deleitarnos con el brillo de las farolas
en los charcos.
XI
Lugares en la noche, como son
las luces que te anuncian,
sólo podría llenarlos,
si me faltaran con la ceguera.
Lugares en las manos,
que se quedaran huecos
si tu me faltaras,
como son los que ahora ocupas
con tu pecho,
sólo podría llenarlos
con una fragua, en una hoguera,
abrasándome el tacto para siempre
con las ascuas.
Lugares en el alma
que ahora están vacíos,
por tus silencios,
los lleno con mi ansia por ti,
con la promesa de tu certeza
con mi caminar izado y hundido
a cada paso,
en pos de tu horizonte.
Extraña máquina el enamorado,
que se mueve con el combustible que le falta.
XII
No todos los días podré verte,
ahora, un momento antes de irme,
es cuando me faltas
eternamente.
Pero me tendrás,
silencioso, como tú me quieres.
Bajo la tormenta,
o bajo la farola,
o debajo de tu almohada
me tendrás.
Aunque no todos los días
pueda verte,
o aunque tarde meses
o años,
o aunque ya no me quieras ver más,
me tendrás,
como tú quieras,
como tú quieres
tenerme.
XIII ( spin ½ )
Vienes y lo atrapas todo.
Vas y todo lo calas, a la vez,
en el tiempo que va entre mirarte
y estar mirándote.
Te veo, te orbito, giro en torno a ti,
de nuevo tus ojos
y una vuelta más, sólo una más,
para que ya no seas tus ojos, ni tu voz,
ya no eres tu ritmo y
sin embargo eres la misma,
aún más hermosa por lo que no veo,
aún más hermosa por lo que ignoro.
XIV
Donde no corre la vida
no está en lo alto,
no es un valle entre nubes,
mágico, de dulce y pacífica eternidad.
Donde no corre la vida
está más allá de la puerta de los aromas;
habita donde te respiro,
como a un rincón vivo del universo;
late donde te bebo,
igual que si fueras el último néctar.
El lugar donde no corre la vida
es mi abrigo de arena,
donde nazco, donde renazco, muero y veo la luz,
donde me filtro, donde te doy toda mi sal,
donde te arrullo y te doy forma,
donde estremezco tus caderas,
-mi arena, mi playa-.
Donde no corre la vida
es entre tu piel y mi pecho.
XV
Donde nacieron los olivos
te quiero llevar, mujer,
no importa cuál sea tu nombre,
porque siempre he sabido que eras tú,
que serías tú:
La mujer querida
de los ojos cambiantes,
la anhelada por siempre,escabullida entre almenas,
la que en el pecho le roba el brillo a la luna,
la que le pone voz al deseo,
le da un pulso tibio a la lluvia,
le concede la naturaleza del agua al trigo,
la que mana el cauce recóndito
donde se enamoran los ángeles.
Te llevaré en el interior de mis manos,
como si fueras la humedad última
que exhaló el desierto,
-tan preciada eres, tan preciosa-.
Seguro que cuando lleguemos
los olivos tendrán ya mil años, o más,
porque te llevaré con todos los cuidados,
caminando muy despacio,
tan sólo de noche
para que no te evapores,
tan sólo con luna
para que te meza su voz.
Porque el tiempo no camina
a nuestro lado,
yace tendido en su cuadrícula de posibilidades.
Mientras, tú y yo nadamos
mucho más allá de la velocidad de las estrellas,
camino del lugar donde nacen los olivos. …/...
Sé que olerá a mar,
que sabremos reconocerlo al instante,
porque estaremos tú y yo descalzos,
mirándonos frente a frente.
Entonces,
en tus labios leeré
con el tacto de mi sonrisa, al fin,
tu nombre.
XVI
Mar dorado de paseo enlazado,
entre piedras de amor añicos,
anuncio del aire que había de respirar hoy
al escribir por ti
estos versos lacios,
desatados,
caídos y despalabrados.
Tú y yo, eternos,
ya no contemplamos el atardecer.
mi sintú y tu sinmí
siguen el paseo,
con el sol horizonte,
susurrándole en secreto al tiempo,
que nos volverá a reunir.
XVII
Te amo de cerca,
como abraza la corteza
a la médula alba del árbol.
Tú, por dentro, purísima,
como siempre, recién nacida:
Tan vulnerable.
Una brisa bastaría para rasgar
tu blancura sin piel.
Por fuera, yo,
zarandeado por inviernos,
asolado de estíos,
eterno cobertor tuyo,
casi con la naturaleza de la roca;
guardián de ti he de ser,
que desde dentro das forma
a lo que somos.
Seré el escudo que te guarde.
Por esto me dan miedo
los árboles huecos,
porque la corteza aguanta
en pié, ido el tronco.
Pero, tú y yo
seremos primavera.
XVIII
Ya casi te puedo tocar,
ahí, a penas a un centímetro,
bajo las sábanas,
a un instante de tu respiración de niña,
abatida por el sueño
en medio de la fiesta.
Casi te puedo tocar,
ahí, a siete despertares
como siete segundos,
como siete generaciones de espera.
Tan sólo unos milímetros ya,
unas bocanadas más de noche,
desestrellada y desoceanada, de
vida desamada,
de razón perdida,
de horizonte cegado,
de motivo...
-Olvidé la definición de esa palabra -.
Pero somos primavera y paseo de la mano,
somos carne en nuestra propia carne,
la única que significa sabor;
somos ya mi verde en el bosque
de tu mirada.
La única versión posible
de nuestro universo,
dirigido a la singularidad.
Somos ya el contrasentido
de la distancia.
XIX
La felicidad de tenerte
está en proporción con el ángulo
de una escalera blanca en un pueblo griego.
La felicidad de tenerte
conjuga saber y no saber
tu nombre,
seas quien seas.
La felicidad de tenerte crece
con la nostalgia de la foto que
nos hizo un extraño y mi forma de mirarla.
La felicidad de tenerte vive en
aquel paisaje,
en la añoranza por haberte amado anoche;
en saber que eras mía hace un instante...
En el ansia de no saber
si aún te tengo.
XX
Alquimista de presencias,
del tiempo,
especialmente de tus ausencias.
Me estoy volviendo
alquimista de tus silencios.
Lo tomo todo, lo más innoble,
los besos de otros,
esas manos enlazadas que no son nuestras.
Especialmente, los recuerdos,
también algunos abrazos que fueron:
Felicidad, efímera y mayúscula,
- como es su naturaleza -
y siempre, la luz verde de tus ojos
que dejó en penumbra
lo anterior a que tú vinieras.
Y el ansia, la búsqueda de ti
como efímera, bellísima y fresca neblina de amanecer.
Todo lo tomo y lo mezclo, lo combino,
lo disuelvo y lo transformo
en el oro de tu compañía.
Por el momento pepitas pequeñas,
de infinito valor.
Yo soy el alquimista de tu mirada
que la tornará en compañía, sí,
en plenitud compartida y al fin,
tan sencilla
como nuestra piel cuando es continua.
XXI
Tu sonrisa es la carne de las nubes,
esas nubes que son mi suelo,
aquel que piso con firmeza,
tensando todos los músculos de mis piernas,
que me han de izar sobre sus blancas,
nacaradas cimas cambiantes.
Sobre ellas venceré para ti,
tomaré hasta la más etérea,
la que vuele más lejos de lo terreno.
Es así como huyo del abismo profundo:
Caballero sobre el perfil de tus labios.
XXII
Cuenta siete olas.
Cuando te despiertes
habré terminado de aprenderme
esta playa,
cada grano de arena,
cada sinfonía para tormenta,
cada silbido de marea.
Estaré acariciándote
cuando despiertes.
Intentaré contarte
todas las cosas del mar,
pero tocarás mis labios.
Sí, mejor en silencio;
los dos sabemos que jamás
te solté la mano
mientras dormías.
XXIII ( Gravitones )
Es sencillo renunciar a las palabras,
otros ya lo hicieron,
y a la memoria, aunque
eso es un tópico en los amantes:
Siempre lanzados hacia el azul,
como ansiosas dentelladas que arrancaran al “no” primero
nuevo espacio,
presentes aun sin nombre.
No será complicado despojarme de la piedra, del bronce,
del hierro con qué me hicieron,
tan insignificantes, perdurables
como la carne de la que nací.
Incluso de la luz caprichosa,
igual que la serpiente,
ondulante hasta en el camino más recto;
también puedo prescindir de la luz que me trae
de vuelta el eco de tu piel;
también ella tiene un pozo de oscuridad y olvido
del que ya jamás podrá escapar.
Sin embargo, mucho después
de que la vida se haya agotado de correr,
cuando hayan muerto un par de generaciones
de estrellas, quedará aún de ti
y de mí, lo que siempre fuimos.
El tiempo, extenuado por tanta oscuridad
eterna ante sí, se girará hacia el universo
se preguntará cómo volver, cómo
encontrar un descanso, un reposo,
después de tanto crear pasado. …/...
Como dos manos ajenas, extendidas
hasta el límite por el ansia,
la fuerza que nos mueve, la más débil,
la que más lejos llega, actuará
de nuevo para unirnos
y el azul se volverá de un tibio carmesí,
igual que el de nuestro cuerpo,
cuando lo hacíamos uno,
millones de años atrás.
XXIV
Porque puedo amarte
lo hago
y te amo en silencio,
sereno por fin, al cobijo de la tierra.
Donde te hallé tomé de ti la paz
y me hice suelo junto a ti
sin que tu lo vieras,
para velar tus pasos siempre,
para esperar, hecho roca,
tu sol:
tu sol de nuevo
y al día siguiente el sol
de tu presencia,
que caldee la esperanza de sentirte un día más
andando sobre mí
y ser yo tu suelo blando.
Te amo porque puedo
y porque puedo, no puedo dejar de amarte.
Ahora, suspiro desde tus pies,
para que un día me permitas
peinarte, envolverte,
nutrir tu aliento,
ser tu aire.
XXV
Entre las corrientes de tu piel,
de tu mirada, de tu hoy,
de mi mañana, navegaré
como el pájaro que se hace trigal,
confundidas las plumas con mies,
de tanta caricia sin tacto,
de tanto sobrevuelo al ocaso.
Hechos ya el campo ala y
el ave onda y siseo de espiga,
tus piernas se volverán las mías
y las sábanas escalofrío.
No...
Quise decir: Mis dedos,
o quizá, tu voz sin articular,
o más bien, nuestro yo de sombras,
ese donde no se nos distingue
y fluye
ese único ser que nos brota
detrás de las cortinas.
XXVI
Un paso más arriba tú,
calzada deseando hacerte arena.
Por abajo yo,
los pies en el agua,
los zapatos en la mano, la camisa quitada.
Metáfora perfecta de la forma
que tenemos de pasearnos por las lindes
de un sueño:
aquel paseo por la playa.
Las manos juntas,
de pronto más de tu piel al aire
y bastó una mirada.
XXVII
Te amaré en la sombra,
en silencio,
como si fuera yo una lluvia
que a nadie moja,
en medio del océano.
Te cubriré, amada,
con un dosel al que de textura mi carne,
como ensombrece la tierra al cauce ciego
que corre bajo los pinos.
Te cubriré,
porque fluyes por detrás de la mirada de amor sin tiempo.
Creeré que te tomo y será que tú me llenas,
como el manantial.
Correrás como el manantial por mi
hasta que manes de mi
bajo la sombra,
en silencio, en el silencio,de nuestras manos crispadas,
juntas.
Manarás de mí
y de nuevo sentiré, que en realidad,
lo que sucede es
que tú me llenas.
XXVIII
Quizá te haya pensado yo,
desde esta celda, caja, camarote,
o útero sin puertas, gestante pertinaz,
sin contracciones libertarias,
ni espasmos nuevemesinos que clamen
luz para un feto casi cuarentón.
Quizá siga yo en ese faro,
digno, altivo y tan distante como visible,
tan hermoso como solitario.
Bellísima luz horizontal en la noche,
que a todos advierte del peligro
que su compañía implica.
Sí: farero, medidor de olas,
contador de gaviotas, nombrador de vientos,
zoólogo de las nubes
y meteorólogo sin instrumentos de tu voluntad,
esas son mis vocaciones.
Pero, sobre todo,creo que debo ser tu dios,
magnífico y poderoso,
tu creador indiscutible,
señor de su única obra, sublime y perfecta.
Eres la criatura indispensable,
como le pasa a todos los dioses,
para mi existencia.
XXIX
Amo tus silencios porque me mueven
hacia adentro, pues
sin tu voz no te veo.
Te busco entonces y
al buscarte vivo
en tu senda, en tus huellas, en tu rastro;
en mi memoria de ti,
en el horizonte que he pintado
en el lado oscuro de tus párpados.
Te persigo en mí, como ves,
será porque aun cuando no te siento,
sé que ya te tengo.
XXX
Sobrevivir al amor,
estando enamorado,
es más difícil que perderte
y no perderme.
Tu mirada es más firme,
más estable que las palabras,
está hecha de la misma voz
del universo, aquella que nada la desvía.
Tu mirada avanza más allá de las galaxias.
Todas las preguntas,
los animales que jamás tuvieron nombre,
la arena de las profundidades,
la rectitud,
los recuerdos que no son nuestros,
todo,
ha sido tocado por ella
por la espalda.
Todo tiene el timbre de tu mirada.
Cómo sobrevivir, me pregunto,
si con tu mano tierna, con tus labios
tiernos, con tu tierno calor
me tocaste el hombro
y me hallo
ante tu mirada
y te abrazo
y eres tú,
por fin tú.
XXXI
Todos los vientos residían en ti,
tras el secreto nombre del color de tus ojos.
Allí giraban y giraban
entre bosques y cumbres,
volando sobre valles ignotos,
donde la vida es eterna.
Sólo había que pronunciar con la mirada
el impronunciable nombre del Amor,
que nos acechaba agazapado.
Lo hicimos, lo hago, lo pronuncio a cada instante
y todos los vientos, desatados ya,
me envuelven por detrás de las pantorrillas,
subiendo por los muslos, atravesando mi vientre,
otorgándole el sabor de tu compañía a mi lengua.
Todos los vientos residían en ti,
ahora me visto con ellos.
Epílogo
No eres un ángel.
Ya no eres un ángel, desde que estallaron
mis entrañas en mil fragmentos
de lágrimas desgarradas,
astillas de hierro,
como explotan el drama o la tormenta,
igual que revientan las vidas, que no estaban en la lista,
igual que fulmina la bomba,
desde que arrasaste conmigo, con mi sombra,
con los recuerdos que otros tenían de mí,
con los que yo tenía de nosotros.
Desde que le perdí el rastro a la belleza
fulminada bajo tus fauces,
desde que las moscas dejaron de tener interés
en el cadáver que de mi quedó,
con toda la incomprensión de un niño
de ojos arañados a tu partida,
desde entonces, ya no
volarás más por mi alcoba
como un hada,
ya no eres una ángel.
Gracias a tu crueldad
logré amarte como a una mujer.
Pero no tenías otras armas que tu carne,
privada ya de tu condición divina,
sólo carne para hablar, para decidir,
para caminar con todo tu peso, sin alas,
sólo te quedaba la carne, expuesta impúdica y promiscua
al paladar de otros, que
no podrían degustar jamás el aliento de las estrellas
que manaba tu sexo angélico antes, …/...
aquel sabor que florecía para mí
cada vez que lograba ascender sobre la luz,
como ningún humano jamás hiciera:
así es como conocí aquel ángel de vuelo bajo.
Hoy ya no eres un ángel,
te he puesto carne de mujer, de hembra,
impredecible como los vientos,
sustancia de mujer amada por mí
en todos sus litorales:
Mujer horizonte de mi mano.
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