Las horas batían sobre la orilla
de nuestro cuerpo.
La playa del deseo yacía acechante
bajo las nubes,
con la voz de un aliento de dos gargantas;
memoria de aullidos ahogados
poco antes bajo la almohada.
Quisiera fijar la luz de la mujer singular,
de aquella mañana,
de esta mañana;
ofrecerte el flujo tibio
de mis mareas
sobre tus alas:
Ángela.
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