He aprendido a respirar agua,
porque el aire es ligero y mi gravedad pesada,
como alas inútiles,
el aire... el aire te lo has llevado tú,
sólo con un gesto, a penas una mueca
y mis pulmones sucumbieron al ahogo de la incertidumbre
de tu nombre, de tu presencia;
de tu realidad no, tu realidad hace mucho que migró;
por eso respiraba últimamente el oxigeno generado por
mi fantasía de ti, mis ilusiones embriagadas,
mis delirios heroicos...
Culpa mía, sí, culpa mía,
que me dieron a escoger siglo para nacer y lo dejé al azar,
tú estabas en todos...
He aprendido a respirar agua,
para que, en esas ocasiones en las que te llevas el aire,
sólo yo pueda seguirte en tu vuelo, aunque sea por el fondo
y mirando desde abajo a la superficie,
más allá,
mirando desde el fondo tu vuelo,
porque, antes o después volverás a atender
la sutileza cristalina, -infantil incluso ante ti-
de mi entrega.
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