Todos los Vientos de Angela
ALFONSO ROMÁN GOTA
Copyright © 2014 Alfonso Román Gota
Para
Angela Berbegal, desde siempre Mujer horizonte, para siempre amada.
… “Y que a mi amor entonces, le conteste
la nueva criatura que tú
eras”
Pedro Salinas
Con
eterno agradecimiento al camino que nos encontró y a cada una de sus piedras
I
Hechos
y no palabras son mis versos,
ya
sin siempres, ya sin nuncas, ni títulos, ni firmas,
ni
fechas.
Arrojados
a los senderos confusos de tu voluntad,
fluyen
hacia el delta de tu vientre
y
poblarán tu carne,
ungidos
con el veneno de mi recuerdo.
Habrán
llovido sobre ti, como espasmos,
desde
tu adiós
y
emponzoñarán las yemas de tus dedos con mi tacto:
Cada
vez que te busques, te encontraré yo.
II
He
aquí los escombros de mi avalancha,
desperdigados.
Rendido
ya incluso el tiempo, lo que de mí resta, yace en tu playa:
Soy
ese fulgor de la arena adherida a tus muslos.
III
La
hierba se me enreda en los pies
y
el olor a mar y la tierra esmeralda, atlántica,
y
el gris tormenta.
Tengo
frío y no te veo.
No
tengo fuerzas para volver, ya oigo el mar y aún no te tengo.
Ya
baten las muelas del acantilado entre espuma furiosa.
Y
me esperan, saben que voy y aún no te veo.
¿
Dónde estás?
No
me salves, ya no es posible, no puedo dejar de avanzar, de rodar, de caer.
Tan
sólo,
bésame
antes.
IV
Entre
mis ojos y los párpados, arena;
entre
mi sed y mi lengua, sal;
por
el espacio vacío de mis venas corre el eco de tu ausencia.
V
Se
paseará por tu cara una lágrima,
con
la transparencia de un mar repleto de ahogados,
será
la lágrima del adiós,
de
intolerable negrura en su fondo.
Pero,
si es por mí, recuerda que al cerrar los ojos,
detrás
del velo oscuro que creerás ceguera,
horizonte
desesperado, ausencia, nada fatal, negación sin voz…
detrás,
aún estaré yo,
con
la cuna en la mirada, donde te podrás mecer,
hasta
que decidas
alumbrar
de nuevo al sol.
VI
Por
debajo de mis párpados caminas,
por
el interior de mi frente,
con
la inconfundible cadencia de tus pies perfectos,
del
eco de tus tacones sobre mis hombros.
Ligera:
bajo
mi piel, como un cauce, de puntillas, ninfa desnuda,
dando
ritmo al siempre,
luz
a mi espera,
albores
de sol y mar
a
cada grito por tu ausencia.
VII
Una
noche me arranqué todas las cuerdas de mi garganta,
sin
tocarlas con las manos.
Gritaba
tu nombre hasta que estallaban
una,
luego otra y otra.
Las
fui dejando colgadas de las estrellas.
Después
mis oídos se hicieron de cal
y
tu voz sonaba entre la carne y el hueso de mampostería, loza y plomo.
Tu
casa entera, la que gimió tantas veces el eco apagado de tu mirada y la mía,
de
tus espasmos y mi fuerza contra tus caderas,
la
misma casa que se nos hizo cuna de sol al raso,
la
que cobijó nuestro tacto salado recién nacido,
se tornaba en resonante certeza de tu soledad,
de tu voz sola,
allí:
detrás de unos pocos centímetros impenetrables de pared,
no
más dura que el secreto de mi cercanía.
VIII
No
soy un solitario,
estoy
solo y me disfrazo de solitario.
Cuando
no estoy junto a ti sigo solo,
desde
aquella tarde infantil en la que lo sentí por primera vez.
Supe
entonces, que el paseo es la actitud más digna para disfrazar a un solo.
Hoy
día pienso, en ocasiones, que se me han acabado los espacios
y
cada vez me encuentro más a menudo,
paseándome
por el lado hueco de la cara interna de mi piel.
IX
Me
pregunto si tendrá algún significado
que
se me hayan hecho viejas las manos antes de tiempo,
o
si quizá sea el momento adecuado.
Yo
ya sabía que había algunos a los que les pasaba en la mirada
y
por eso, con el tiempo, y con el uso, y con el desuso, y con el dolor de la
desilusión, los ojos se les hacen conchas secas,
como
olvidadas en un cajón desde el último verano.
Quizá
a mí me llegue hasta las manos la piel del corazón.
Siempre
pensé que era cosa de la edad.
Quizá
se deba al sabor amargo de la tinta que gasto.
X
Sigue
sorprendiéndome que año tras año
la
deforestación de los versos sea cada vez mayor y no hagamos nada.
Al
menos, yo no hago nada más que meter los
pies entre sus restos
y
caminar dando patadas, para ver cómo saltan,
intentando
remontar el vuelo de la voz, de la atención, de la lectura lenta,
de
la emoción... Para escuchar su crujido último bajo mis botas,
como
si quisieran rimar, ya muertos.
No
entiendo el porqué de mi sorpresa, cuando yo ya sabía,
desde
hace mucho, que la Belleza es débil,
como
la mirada de la niña dama, que deambula por la ciudad, en invierno.
Los
que nacimos extenuados de engarzar collares de recuerdos
con
el hilo de la nostalgia, deberíamos estar encerrados,
por
no servir más que para deleitarnos con el brillo de las farolas en los charcos.
XI
Lugares
en la noche, como son las luces que te anuncian,
sólo
podría llenarlos, si me faltaran con la ceguera.
Lugares
en las manos, que se quedaran huecos si tu me faltaras,
como
son los que ahora ocupas con tu pecho,
sólo
podría llenarlos con una fragua, en una hoguera,
abrasándome
el tacto para siempre con las ascuas.
Lugares
en el alma que ahora están vacíos, por tus silencios,
los
lleno con mi ansia por ti, con la promesa de tu certeza,
con
mi caminar izado y hundido a cada paso, en pos de tu horizonte.
Extraña
máquina el enamorado, que se mueve con el combustible que le falta.
XII
No
todos los días podré verte, ahora, un momento antes de irme,
es
cuando me faltas eternamente.
Pero
me tendrás, silencioso, como tú me quieres:
Bajo
la tormenta, o bajo la farola, o debajo de tu almohada me tendrás.
Aunque
no todos los días pueda verte,
o
aunque tarde meses o años,
o
aunque ya no me quieras ver más,
me
tendrás, como tú quieras,
como
tú me quieres, me tienes.
XIII ( spin ½ )
Vienes
y lo atrapas todo.
Vas
y todo lo calas, a la vez, en el tiempo que va entre mirarte y estar mirándote.
Te
veo, te orbito, giro en torno a ti,
de
nuevo tus ojos y una vuelta más, sólo una más,
para
que ya no seas tus ojos, ni tu voz,
ya
no eres tu ritmo y sin embargo eres la misma,
aún
más hermosa por lo que no veo,
aún
más hermosa por lo que ignoro.
XIV
Donde
no corre la vida no está en lo alto,
no
es un valle entre nubes, mágico, de dulce y pacífica eternidad.
Donde
no corre la vida está más allá de la puerta de los aromas:
habita
donde te respiro, hecha ya un rincón vivo del universo;
late
donde te bebo.
El
lugar donde no corre la vida es mi abrigo de arena,
donde
nazco, donde renazco, muero y veo la luz,
donde
me filtro, donde te doy toda mi sal,
donde
te arrullo y te doy forma,
donde
estremezco tus caderas, -mi arena, mi playa-.
Donde
no corre la vida es entre tu piel y mi pecho.
XV
Donde
nacieron los olivos te quiero llevar, mujer,
no
importa cuál sea tu nombre, porque siempre he sabido que eras tú,
que
serías tú:
La
mujer querida de los ojos cambiantes, la anhelada por siempre,
la
escabullida entre las almenas,
la
que en el pecho le roba el brillo a la luna,
la
que le pone voz al deseo, le da un pulso tibio a la lluvia,
le
concede la naturaleza del agua al trigo,
la
que mana el cauce recóndito donde se enamoran los ángeles.
Te
llevaré en el interior de mis manos,
como
si fueras la humedad última que exhaló el desierto,
-tan
preciada eres, tan preciosa-.
Seguro
que cuando lleguemos los olivos tendrán ya mil años, o más,
porque
te llevaré con todos los cuidados, caminando muy despacio,
tan
sólo de noche para que no te evapores,
tan
sólo con luna para que te meza su voz.
Porque
el tiempo no camina a nuestro lado,
yace
tendido en su cuadrícula de posibilidades.
Mientras,
tú y yo nadamos mucho más allá de la velocidad de las estrellas,
camino
del lugar donde nacen los olivos.
Sé
que olerá a mar, que sabremos reconocerlo al instante,
porque
estaremos tú y yo descalzos, mirándonos frente a frente.
Entonces,
en tus labios leeré con el tacto de mi sonrisa, al fin,
tu
nombre.
XVI
Mar
dorado de paseo enlazado, entre piedras de amor añicos,
anuncio
del aire que había de respirar hoy al escribir por ti estos versos lacios,
desatados, caídos y despalabrados.
Tú
y yo, eternos, ya no contemplamos el atardecer.
mi
sintú y tu sinmí siguen el paseo,
con
el sol horizonte susurrándole en secreto al tiempo,
que
nos volverá a reunir.
XVII
Te
amo de cerca, como abraza la corteza a la médula alba del árbol.
Tú,
por dentro, purísima, como siempre, recién nacida,
tan
vulnerable…Una brisa bastaría para rasgar tu blancura sin piel.
Por
fuera, yo, zarandeado por inviernos, asolado de estíos,
eterno
cobertor tuyo, casi con la naturaleza de la roca;
guardián
de ti he de ser,
que
desde dentro das forma a lo que somos.
Seré
el escudo que te guarde.
Por
esto me dan miedo los árboles huecos,
porque
la corteza aguanta en pié, ido ya el tronco.
Pero,
tú y yo seremos primavera.
XVIII
Ya
casi te puedo tocar, ahí, a penas a un centímetro,
bajo
las sábanas,
a
un instante de tu respiración de niña abatida por el sueño en medio de la
fiesta.
Casi
te puedo tocar, ahí,
a
siete despertares como siete segundos,
como siete generaciones de espera.
Tan
sólo unos milímetros ya, unas bocanadas más de noche,
desestrellada
y desoceanada,
de
vida desamada, de razón perdida, de horizonte cegado,
de
motivo...-Olvidé la definición de esa palabra -.
Pero
somos primavera y paseo de la mano,
somos
carne en nuestra propia carne, la única que significa sabor;
somos
ya mi verde en el bosque de tu mirada.
La
única versión posible de nuestro universo, dirigido a la singularidad.
Somos
ya el contrasentido de la distancia.
XIX
La
felicidad de tenerte descansa tendida a la sombra de una escalera blanca
en
un pueblo griego.
La
felicidad de tenerte conjuga saber y no saber tu nombre, seas quien seas.
La
felicidad de tenerte crece con la nostalgia de la foto que nos hizo un extraño
y
mi forma de mirarla.
La
felicidad de tenerte vive en aquel paisaje, en la añoranza
por
haberte amado anoche,
en
saber que eras mía hace un instante...
En
el ansia de no saber si aún te tengo.
XX
Alquimista
de presencias, del tiempo, especialmente de tus ausencias.
Me
estoy volviendo alquimista de tus silencios.
Lo
tomo todo, lo más innoble, los besos de otros,
esas
manos enlazadas que no son nuestras…
Especialmente
los recuerdos,
también
algunos abrazos que fueron Felicidad, efímera y mayúscula,
-
como es su naturaleza - y siempre,
la
luz verde de tus ojos que dejó en penumbra lo anterior a que tú vinieras.
Y
el ansia, la búsqueda de ti como efímera, bellísima y fresca neblina de
amanecer.
Todo
lo tomo y lo mezclo, lo combino, lo disuelvo
y
lo transformo en el oro de tu compañía.
Por
el momento pepitas pequeñas, de infinito valor.
Yo
soy el alquimista de tu mirada
que
la tornará en plenitud compartida,
tan
sencilla como nuestra piel cuando es continua.
XXI
Tu
sonrisa es la carne de las nubes,
esas
nubes que son mi suelo, aquel que piso con firmeza,
tensando
todos los músculos de mis piernas,
que
me han de izar sobre sus blancas, nacaradas cimas cambiantes.
Sobre
ellas venceré para ti, tomaré hasta la más etérea,
la
que vuele más lejos de lo terreno.
Es
así como huyo del abismo profundo:
Caballero
sobre el perfil de tus labios.
XXII
Cuenta
siete olas.
Cuando
te despiertes habré terminado de aprenderme esta playa,
cada
grano de arena, cada sinfonía para tormenta, cada silbido de marea.
Estaré
acariciándote cuando despiertes.
Intentaré
contarte todas las cosas del mar, pero tocarás mis labios.
Sí,
mejor en silencio,
los
dos sabemos que jamás te solté la mano
mientras
dormías.
XXIII
(Gravitones)
Es
sencillo renunciar a las palabras, otros ya lo hicieron,
y
a la memoria, aunque eso es un tópico en los amantes:
Siempre
lanzados hacia el azul, como ansiosas dentelladas
que
arrancaran al “no” primero nuevo espacio,
presentes
aun sin nombre.
No
será complicado despojarme de la piedra, del bronce, del hierro
con
qué me hicieron, tan insignificantes,
perdurables
como la carne de la que nací.
Incluso
de la luz caprichosa, igual que la serpiente, ondulante
hasta
en el camino más recto; también puedo prescindir de la luz
que
me trae de vuelta el eco de tu piel;
también
ella tiene un pozo de oscuridad y olvido del que ya jamás podrá escapar.
Sin
embargo, mucho después de que la vida se haya agotado de correr,
cuando
hayan muerto un par de generaciones de estrellas,
quedará
aún de ti y de mí, lo que siempre fuimos.
El
tiempo, extenuado por tanta oscuridad eterna ante sí,
se
girará hacia el universo se preguntará cómo volver,
cómo
encontrar un descanso, un reposo, después de tanto crear pasado.
Como
dos manos ajenas, extendidas hasta el límite por el ansia,
la
fuerza que nos mueve, la más débil,
la
que más lejos llega,
actuará
de nuevo para unirnos y el azul se volverá de un tibio carmesí,
igual
que el de nuestro cuerpo, cuando lo hacíamos uno,
millones
de años atrás.
XXIV
Porque
puedo amarte lo hago y te amo en silencio,
sereno
por fin, al cobijo de la tierra.
Donde
te hallé tomé de ti la paz y me hice suelo
junto
a ti sin que tu lo vieras, para velar tus pasos
siempre,
para esperar, hecho roca, tu sol:
tu
sol de nuevo y al día siguiente el sol de tu presencia,
que
caldee la esperanza de sentirte un día más andando sobre mí
y
ser yo tu suelo blando.
Te
amo porque puedo y porque puedo, no puedo dejar de amarte.
Ahora,
suspiro desde tus pies, para que un día
me
permitas peinarte, envolverte, nutrir tu aliento…
Ser
tu aire.
XXV
Entre
las corrientes de tu piel, de tu mirada, de tu hoy, de mi mañana,
navegaré
como el pájaro que se hace trigal,
confundidas
las plumas con mies, de tanta caricia sin tacto,
de
tanto sobrevuelo al ocaso.
Hechos
ya el campo ala y el ave onda y siseo de espiga,
tus
piernas se volverán las mías y las sábanas escalofrío.
No...
Quise decir: Mis dedos, o quizá, tu voz sin articular,
o
más bien, nuestro yo de sombras,
ese
donde no se nos distingue y fluye
ese
único ser que nos brota detrás de las cortinas.
XXVI
Un
paso más arriba tú, calzada deseando hacerte arena.
Por
abajo yo, los pies en el agua, los zapatos en la mano, la camisa quitada.
Metáfora
perfecta de la forma que tenemos de pasearnos por las lindes de un sueño: aquel
paseo por la playa.
Las
manos juntas, de pronto más de tu piel al aire…
Y
bastó una mirada.
XXVII
Te
amaré en la sombra, en silencio, como si fuera yo
una
lluvia que a nadie moja, en medio del
océano.
Te
cubriré, amada, con el dosel de mi carne,
como
ensombrece la tierra al cauce ciego que corre bajo los pinos.
Te
cubriré, porque fluyes por detrás de la mirada de amor sin tiempo.
Creeré
que te tomo y será que tú me llenas,
correrás
como el manantial por mí hasta que manes de mí,
bajo
la sombra, en silencio,
en
el silencio, de nuestras manos crispadas, juntas.
Manarás
de mí y de nuevo sentiré, que en realidad,
lo
que sucede es que tú me llenas.
XXVIII
Quizá
te haya pensado yo, desde esta celda, caja, camarote,
o
útero sin puertas,
gestante
pertinaz, sin contracciones libertarias,
ni
espasmos nuevemesinos que clamen luz para un feto casi cuarentón.
Quizá
siga yo en ese faro, digno, altivo y tan distante como visible,
tan
hermoso como solitario.
Bellísima
luz horizontal en la noche, que a todos advierte del peligro
que
su compañía implica.
Sí:
farero, medidor de olas, contador de gaviotas,
nombrador
de vientos, zoólogo de las nubes y meteorólogo
sin
instrumentos de tu voluntad,
esas
son mis vocaciones.
Pero,
sobre todo, creo que debo ser tu dios, magnífico y poderoso,
tu
creador indiscutible, señor de su única obra,
sublime
y perfecta.
Eres
la criatura indispensable, como le pasa a todos los dioses,
para
mi existencia.
XXIX
Amo
tus silencios porque me mueven hacia adentro,
pues
sin tu voz no te veo. Te busco entonces
y
al buscarte vivo en tu senda, en tus huellas,
en
tu rastro; en mi memoria de ti, en el horizonte
que
he pintado en el lado oscuro de tus párpados.
Te
persigo en mí, como ves,
será
porque aun cuanto no te siento,
sé
que ya te tengo.
XXX
Sobrevivir
al amor, estando enamorado, es más difícil que perderte y no perderme.
Tu
mirada es más firme,
más
estable que las palabras, está hecha de la misma voz del universo,
aquella
que nada la desvía.
Tu
mirada avanza más allá de las galaxias.
Todas
las preguntas, los animales que jamás tuvieron nombre,
la
arena de las profundidades, la rectitud,
los
recuerdos que no son nuestros, todo,
ha
sido tocado por ti por la espalda.
Todo
tiene el timbre de tu mirada.
Cómo
sobrevivir, me pregunto, si con tu mano tierna,
con
tus labios tiernos, con tu tierno calor
me
tocaste el hombro y me hallo ante tu mirada
y
te abrazo
y
eres tú,
por
fin tú.
XXXI
Todos
los vientos residían en ti, tras el secreto nombre del color de tus ojos.
Allí
giraban y giraban entre bosques y cumbres, volando sobre valles ignotos, donde
la vida es eterna.
Sólo
había que pronunciar con la mirada el impronunciable nombre del Amor, que nos
acechaba agazapado.
Lo
hicimos, lo hago, lo pronuncio a cada instante y todos los vientos, desatados
ya, me envuelven por detrás de las pantorrillas, subiendo por los muslos,
atravesando mi vientre, otorgándole el sabor de tu compañía a mi lengua.
Todos
los vientos residían en ti, ahora me visto con ellos.
EPÍLOGO
FALSO
No
eres un ángel. Ya no eres un ángel, desde que estallaron mis entrañas en mil
fragmentos de lágrimas desgarradas, astillas de hierro, como explotan el drama
o la tormenta, igual que revientan las vidas, que no estaban en la lista, igual
que fulmina la bomba, desde que arrasaste conmigo, con mi sombra, con los
recuerdos que otros tenían de mí, con los que yo tenía de nosotros.
Desde
que le perdí el rastro a la belleza fulminada bajo tus fauces, desde que las
moscas dejaron de tener interés en el cadáver que de mi quedó, con toda la
incomprensión de un niño de ojos arañados a tu partida, desde entonces, ya no
volarás más por mi alcoba como un hada, ya no eres una ángel. Gracias a tu
crueldad logré amarte como a una mujer.
Pero
no tenías otras armas que tu carne, privada ya de tu condición divina, sólo
carne para hablar, para decidir, para caminar con todo tu peso, sin alas, sólo
te quedaba la carne, expuesta impúdica y promiscua al paladar de otros, que no
podrían degustar jamás el aliento de las estrellas que manaba tu sexo angélico
antes, aquel sabor que florecía para mí cada vez que lograba ascender sobre la
luz, como ningún humano jamás hiciera: Así es como conocí aquel ángel de vuelo
bajo.
Hoy
ya no eres un ángel, te he puesto carne de mujer, de hembra, impredecible como
los vientos, sustancia de mujer amada por mí en todos sus litorales:
Mujer
horizonte de mi mano.
VELANDO EL SUEÑO DE ANGELA
He visitado muchos planetas en este tiempo, vida mía, en lo que podríamos llamar otros tiempos. Porque… ¿Sabes? Ahí fuera eso del tiempo no lo entienden como nosotros, bueno… como aquí, yo ya tampoco lo veo como antes. Y creo que todos esos viajes fueron por ti, buscándote, aun antes, mucho antes de saber de tu existencia, de conocer conscientemente que ya estabas siendo, bajo el cartel amarillo, tras tus ojos grandes, bajo las nubes y sus reactores, existías cinco metros más allá de donde había aparcado mi coche, desde mucho antes de yo tener conciencia.
Hoy, te veo desnuda y tus pechos se balancean sobre
mí, penduleando con su volumen caricias en sombra sobre mi vientre, hablándole
a mi piel entera del sabor de tu saliva, susurrándome en cada grieta los aromas
de tus manantiales, la temperatura de tu sexo proyectada como un foco, que
insulta a la no-vida y que caldea las islas que no conozco en mi.
Solamente el bosque sabe. Tus ojos pudieron ser
otros bosques, con sangre de luna en las raíces, sangre que arrastra el
torrente gélido, como las lágrimas de la mujer disuelta en suelo, en
posibilidad de ave, de madre, de locura amenazante. Solamente el bosque conoce
los secretos. Pero yo lo he visto desde más arriba, sé que ya eras viento entre
la fronda, con vocación de mar, que silbabas buscando la sal, entre las rocas,
entre las manos, entre el tacto de otras manos, entre las miradas entretejidas
en torno a ti.
Hoy te veo desnuda, dormida, noche de la noche,
pacífica sobre las sábanas, viajera del espacio posible y soñado, sin tú
saberlo, y te imagino dejando brotar el agua nuestra, oasis sobre tus muslos.
CARRETERA CIRCULAR DE
VERSOS
Aire
y fuiste tú.
Agua
entre las piedras que el tiempo lamió
de
olas y aplausos a cada respiración de mar.
Mar
y fuiste tú.
Mar
en el faro; el sol se sienta para esperar
la
tarde y me pregunta.
Me pregunta
por ti, por qué no te ve si estás
a mi
lado.
Palabras
y son tú.
Preguntas
que son aire que no está.
Miradas
mías solitarias, sin más, sin agua, sin
vida
en la luz,
sin
ti, sin ti, sin tu nombre
de
hoja, de ala, de viento también de
curva
esquiva.
¿Cómo
será la despedida? Dime si habrá
día,
dime cómo se llama mi piel,
el
reflejo que me devuelven los cristales
y
pocos ojos, si no lo has mordido tú.
Dime
qué será de la música si no la
derramo
líquida sobre tu pecho.
Dime
cómo se dice Adiós a un sueño.
El espacio entre mis brazos eres Tú.
CON
EL AIRE DE TUS ALAS
Si
al menos pudieras abrir para mi la ventana,
si
tan sólo abrieses esa ventana, saldrían bocanadas de estruendo,
como
jaurías sin misericordia en busca de espacio para mejor aullar,
reventarían
a oleadas el exterior,
los
paisajes de horizontes infinitos, que sirvieran a los amantes para soñar con un
gran mundo,
se
acobardarían y se volverían oquedades oscuras entre la corteza de un árbol
desconocido.
El
planeta entero, con todos los suspiros que lo vieron enorme un día,
con
todas las miradas ahítas de inmensidad
descubrirían
en un sólo momento,
en
un Ya,
que
liberado mi estrépito a lo de fuera,
lo
externo sería anegado por el contenido
de
mi interior,
convertido
ahora en universo de paredes verdes.
por
que tú lo habrías permitido, sólo con un gesto de tus ojos,
los
que bastan para abrir esa ventana,
para
que yo pueda respirarte
y
que tú, brisa, mujer de aire,
me
habites.
DÓNDE
TÚ ME LLEVAS
Descubrir
lo incierto de mi posición no ha sido fácil:
Cuando
en ocasiones he rodado sobre tu pecho,
desde
su vértice hasta su misterio, desde
su
onda hasta su curva,
me
he creído cerca de tu corazón;
cuando
he manado mi búsqueda líquida
desde
tu cuello hasta tu ombligo,
he
sentido el feliz abandono de mi nombre
a
los pies de tu figura.
Pero no soy yo quién te llena
¿Cómo
llenar a la marea?
No
soy yo el que se enreda en tus aromas
¿Cómo
fijarse al viento?
Mi cercanía a ti son deseos, son
las
miradas de un sediento,
una
entelequia, una fábula
para
poder vivir la certeza de tu furtivo dulzor,
para
poder flotar unos segundos más
sobre
tu espuma, aun cuando de nuevo
te
has ido.
Leí que la naturaleza se adapta
para
sobrevivir, es cierto: Yo
he
adoptado la virtud de los seres
prácticamente
etéreos. Antes
era
sólido, pesado, indestructible
hasta
que llegó el vaivén de tus olas.
Ahora,
convertido ya, por tu gracia, en arena, en
partícula,
disfruto la condición de éstas,
sin
anhelos.
Por
fin, la cercanía, la distancia y el momento se van.
Por
fin estoy donde deseas:
Mujer
de viento, Hembra.
ISLAS
Algunas islas, retirado ya
el mar,
se
convierten en montes discretos sobre la llanura,
hasta
que un buen día la lluvia,
modestamente,
les
recuerda otras caricias:
Las
de las olas,
entonces
son conscientes de su distancia al agua.
DE
PRONTO EL SILENCIO
De
pronto el silencio,
tan
cargado de sutiles voces,
quizá
un motor lejano, trinos...
son
vencejos,
ha
de sonar también entonces
la
tibieza nueva del viento africano
que
viene enredado en sus rayos negros.
No
se escuchan niños, ni ventanas, ni pasos;
sí
el crujido leve de mi silla,
que
me delata en movimiento -y me creía quietísimo-
inconsciente
del silencio
tan
repleto de relojes.
Inconsciente
también de tu distancia,
a
esta la mantengo escondida de mi atención,
aunque
tu distancia es imposible,
como
el silencio,
pues
siempre está llena de caminos inundados
de
tu sal y mi delirio.
DE
PRONTO LA DISTANCIA
De
pronto la distancia
y de
nuevo oscuridad y escaleras a ninguna parte,
torres
huecas que no saben silbar
y el
vino como único consuelo.
Dices
que el mar te aconseja y no te creo,
el
mar siempre avanza,
siempre
se acerca,
el
mar ama la proximidad,
siempre
envuelve y lame los cuerpos,
los
perfiles más abruptos se vuelven arena ante su abrazo continuo.
No
me digas que el mar te aconseja distancia,
Eso
no.
Dime
si quieres que te has asomado a la orilla,
esa
que te pasea los pies cuando necesita que le hables en silencio,
dime
que te has acercado a la rompiente
y
has creído cambiar el curso de las olas
con
tus manos, que las has empujado
y
han abandonado su rítmico vaivén,
dime
eso y te creeré antes que si me dices que
has
logrado darle la vuelta al amor.
LA
VOZ DE LAS ALAS
Esta
tarde llueve lento y añoro pequeños puertos cantábricos
en
los que nadie nos ve ni nos piensa,
con
gaviotas pétreas y pescadores dormidos,
leves
campaneos de aparejos amortiguados
por
el aguacero manso
y la
respiración abatida de un mar cansado.
Llueve
lento y sin frío en mí
y en
mi añoranza de ti,
del
recuerdo de un paseo no vivido,
con
mi mano escrita en tu cadera,
y
los pasos acompasados: Tus tacones
y mi
aliento.
AGUA
EN LOS PULMONES
He
aprendido a respirar agua,
porque
el aire es ligero y mi gravedad pesada,
como
alas inútiles.
El
aire... el aire te lo has llevado tú,
sólo
con un gesto, a penas una mueca
y
mis pulmones sucumbieron al ahogo de la incertidumbre
de
tu nombre, de tu presencia,
pero
no de tu realidad, hace mucho que migró,
por
eso respiraba yo últimamente el oxigeno generado por
mi fantasía
de ti:
mis
ilusiones embriagadas,
mis
delirios heroicos...
Culpa
mía, sí, culpa mía,
que
me dieron a escoger siglo para nacer y lo dejé al azar,
tú
estabas en todos.
He
aprendido a respirar agua,
para
que, en esas ocasiones en las que te llevas el aire,
sólo
yo pueda seguirte en tu vuelo, aunque sea por el fondo
y
mirando desde abajo a la superficie,
más
allá,
mirando
desde el fondo tu vuelo,
porque,
antes o después volverás a atender
la
sutileza cristalina, -infantil incluso ante ti-
de
mi entrega.
AMANECER
Las
horas batían sobre la orilla
de
nuestro cuerpo.
La
playa del deseo yacía acechante
bajo
las nubes,
con
la voz de un aliento de dos gargantas;
memoria
de aullidos ahogados
poco
antes bajo la almohada.
Quisiera
fijar la luz de la mujer singular,
de
aquella mañana,
de
esta mañana,
ofrecerte
el flujo tibio
de
mis mareas
sobre
tus alas.
EL
VIENTO ENTRE EL BOSQUE
Hay
ocasiones en las que la vida
se
esconde acurrucada
en
las conversaciones que no tenemos,
en
la pasión inconsistente
que
nos provocan los versos que
no
nos leemos, el uno frente al otro,
entonces
pasa y pasa,
porque la vida no conoce la espera.
SIEMPRE
ANGELA
Los que amamos al resguardo de
las persianas
para que no se nos note, pera que nadie nos
rompa la vida,
tenemos el mal hábito de
quedarnos a dormir en el quicio
de la puerta de nuestra celda,
una vez nos han expulsado al exterior,
desamados.
Una vez liberados del amor
habitamos para siempre su intemperie.
Una vez exiliado
de tu amor,
habito para siempre tu intemperie.
NOCTURNO
Con
la luna, el perfil de tu horizonte y
mis ojos,
esta
noche me hago un puente,
un
triangulo diminuto e infinito,
que
me salva de los kilómetros y la nostalgia,
de
las partículas y la tristeza;
me fabrico
un puente hasta el mar y su orilla,
para
en su arena esconder un beso, que brote mañana
con
el primer sol y mi regreso, antes de que me veas,
antes
de que me intuyas.
Camino
hacia el sueño,
el
sueño en que te veo recogerlo.
TARDE
DE MAYO Y SONRISA DE ANGELA
La tarde se ha tumbado sobre el césped
y la sombra sólo anuncia el alivio de un aire más
fresco
que respirar.
Las sillas chinas, madera oscura,
nos esperan
y disculpan que aun no las hayamos restaurado como
dijimos,
pero es su oficio y lo ejercen con celo,
Hay objetos cuyo sino es representar metáforas
de nosotros mismos.
Le pasa también a la brisa de esta tarde,
que si te ve tristeza en el gesto,
se disfraza de mí,
o quizá sea al revés…
De lo que sí estoy seguro es que buscaré tu sonrisa
desde tus tobillos,
vuelto ya soplo de verde atardecido
con olor a flores y sal de ola,
te haré cosquillas con el guiño de los jazmines.
REDENCIÓN POR TU VOZ
Mi silencio tiene la voz de tu respiración,
de mis dedos en torno a tu pecho,
de tu cara entre mis manos,
de tu espalda contra mi vientre
de tu cauce brotando para dar
origen a todos los ríos,
de tus caderas ceñidas por mi deseo,
del tuyo viajando entre murmullos.
El silencio que busco habita en nuestra luz.
REDENCIÓN
2
Son
duros mis zapatos,
como
el eco que pronuncian
sobre
los vacíos que los normales
dejan
cuando les llega la hora
de
apacentar a sus familias.
Son
duros mis pasos,
como
un diapasón severo.
Duro
es mi gesto,
mi
rictus, mi perfil,
y
más aun mi mirada
de
lo que quisiera, lo sé
porque
la esquivan.
Toda
esta sinfonía de piedra
es
hija de tu ausencia,
que
explica cómo un hueco,
la
nada, el "sinti",
pueden
traspasarlo todo,
porque
toda dureza es más blanda
que
tu falta.
Es
tiempo de valientes,
ocasión
para los caballeros
más
borrachos de épica.
Es
mi momento:
Ahora
sé que esta oscuridad es la sombra
que
proyectas, que cuando la venza
estarás
con tus alas nuevas
izadas
ante todos los vientos.
HOGAR
AMOR
Cualquier celda, o cueva,
o dormitorio,
pasado el debido tiempo,
ligados ya sus olores en
uno solo,
se pueden convertir en el
hogar.
Lo mismo pasa con algunos
amores.
ANGELA Y SUS ALAS NUEVAS
Sobre las ruinas de la mujer
creces nueva y eres
anterior a ti misma.
Te reconstruyes, te sobreedificas,
guardando en el pretérito
la debilidad de tus huesos,
tu hermosura antigua,
los duelos, las esperas…
Y desde ti misma brotas
y te naces:
Primeriza de ti.
LES
ROTES
Angela
pesa como la arena de playa,
sutil, se perfila con sombras de duna al
caminar;
invocación marina.
La mujer que amo se mueve
como el viento en las inmediaciones de la
orilla,
tan impredecible es.
Seguramente un huracán la posó aquí,
puede que naciera de él
y él, se enredara entre las espigas,
amansado ya,
para susurrarles la historia de
Todos los Vientos de Angela
ALFONSO
ROMÁN GOTA
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