Esta tarde llueve lento y añoro pequeños puertos cantábricos
en los que nadie nos ve ni nos piensa,
con gaviotas pétreas y pescadores dormidos,
leves campaneos de aparejos amortiguados
por el aguacero manso
y la respiración abatida de un mar cansado.
Llueve lento y sin frío en mí
y en mi añoranza de ti,
del recuerdo de un paseo no vivido,
con mi mano escrita en tu cadera,
y los pasos acompasados: Tus tacones
y mi aliento.
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