jueves, 6 de junio de 2013

De pronto, el silencio.

De pronto, el silencio,
tan cargado de sutiles voces,
quizá un motor lejano, trinos...
son vencejos,
ha de sonar también entonces
la tibieza nueva del viento africano
que se traen enredado en sus rayos negros.

No se escuchan niños, ni ventanas, ni pasos;
sí el crujido leve de mi silla,
que me delata en movimiento -y me creía quietísimo-
inconsciente del silencio
tan repleto de relojes.

Inconsciente también de tu distancia,
a esta la mantengo escondida de mi atención,
aunque tu distancia es imposible,
como el silencio,
pues siempre está llena de caminos inundados 
de tu sal y mi delirio.

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